domingo, 17 de mayo de 2009

Manifiesto

Por la resignación y por el abatimiento.
Para los que soportan.
Por la cobardía, el conformismo y la indiferencia,
la duda y la incertidumbre.
Para los que no saben explicar sentimientos, porque nadie les pasó las drogas de la razón.
Por la fragilidad y
la debilidad, que incluso nos hace capaces de creer en Dios.
Para los que temen al miedo oficial de epidemias, crisis y terrorismos.
Para los que no anhelan el aura, ni la fama, ni la fortuna.
Por los antihéroes, los confiados, los ingenuos.
Para los que se dejan manipular, porque es una forma pasiva de defensa a la tiranía de nuestro medio social.
Por lo mismo de siempre.
Por el miedo, que nos hace verdades reales.
Porque no son “los demás”, ni “la masa”, ni “el mundo gris”: somos nosotros.
Tenemos derecho al miedo.

miércoles, 25 de marzo de 2009

F. N.

Si pienso, no existo

domingo, 1 de marzo de 2009

kind of mirror portrait




















[http://www.flickr.com/photos/ernestojgarcia/]

viernes, 30 de enero de 2009

Impasse

Otra vez, otra vez la maleta, otra vez. Radiohead suena de fondo programado para recorrer todos sus discos, pero no sé por qué parece que hubiese más silencio, a medida que se va haciendo eco en el armario. La cama: hasta arriba de cosas que esperan desordenadamente su turno para ser guardadas. Mientras, pienso cómo me estructuraré para llevarlo todo en dos viajes... Imposible, necesito más, la ropa de invierno no es la de verano, la comida, los libros... Es esa sensación tan..., endulzada con los caramelos secos que aparecen en los bolsillos y acompañados de los recuerdos momentáneos que me trae la relectura de papeles que discrimino escrupulosamente como basura. La despedida de un espacio moldeado a mis hábitos siempre es larga y se dilata aún más cuando estos han de acomodarse a otro lugar diferente. Es el impasse del desarraigo/rearraigo, descontextualización/recontextualización al más puro estilo ritornelo. Otra pérdida a la espera de consuelo.

viernes, 16 de enero de 2009

7

Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera , y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mi para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.

Rayuela, Julio Cortázar, 1963.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

For once, almost was good enough


A Ulises, que un día supo preguntarme a tiempo qué quería de verdad


A estas alturas de lo que va escrito, creo que no hace falta decir que éste es mi basurero: el único sitio donde me tolero hablar en primera persona. Es una suerte de estrategia por la cual trato de autoconvencerme de mentiras de cosecha propia con el descaro añadido de buscar la complicidad del lector. Y así, presumo de que un día lo dejé todo para ser lo que soy ahora. Esas crisis que marcan etapas vitales y que han dividido tu vida en capítulos te hacen sentir de repente una persona de sesenta años, de esas que ya tienen batallitas para contar en voz alta y que hablan en pasado de una vida que aún no ha concluido, como si hubieses enterrado tu propio cadáver y estuvieras criando otra personalidad.

Todo fue por el deseo, por disfrutar la libertad de elegir (sin duda, un privilegio en los tiempos que corren), aunque paradójicamente supusiera esclavizarme, por ejemplo, a la mediocridad rutinaria. El conocimiento como forma de vida se había convertido en la manera más perversa de alienación, hasta el punto de dudar si aquello que ofrecía o recibía era o no algo digno de enseñar o algo bueno de aprender. Me fue entonces urgente renunciar a seguir peleando por una cosa que había perdido su sentido, que se había vaciado, primero poco a poco, luego en una fuga descontrolada. Debía averiguar si el conocimiento al que aspiraba era fruto de mi deseo o bien de las teleologías mercantilistas de la sociedad sobrealimentada y bulímica a la que pertenezco.

De este modo, recién nacida, me enfrento a la literatura preguntándome si mis entrañas me han llevado hasta ella, si mis ya puntuales investigaciones responden a una vocación natural o van a tener una función social útil... Y todo eso sólo lo podía hacer en/desde el margen. Esta nueva economía de mi tiempo vital está consiguiendo que, por una vez, casi sea suficientemente bueno...

La condescendiente invitación a volver a mi vida pasada no cesa (sé que viene de personas que me aprecian) y es sumamente tentadora porque a ella va asociada una excelencia y un reconocimiento muy seductor; la renuncia no fue fácil, por muy bien que quiera vender mi descubrimiento iniciático y aún me fustigo con reproches por haber abandonado o caigo en la tentación infantil de culpar a los demás. Pero, he elegido para ejercer mi voluntad de elegir, porque a ello hemos asociado, si no la felicidad, al menos la tranquilidad y el equilibrio.

sábado, 13 de diciembre de 2008

Madrid

Madrid da grandes experiencias malditas a aquellos que nos hemos sacado de lugares "bucólicos" para teletransportarnos a la metrópolis deshumanizada. El metro, ese ámbito donde todos nos convertimos en topos entregados a la única actividad del flujo y del tránsito en un contexto de noche perpetua y atemporalidad absoluta, es quizás el mejor escenario donde apreciar uno de los retratos de una sociedad degenerada. La maravilla de ver a un señor elegantemente vestido de traje, con gabardina clásica y zapatos impecables, salir rápido del vagón, acercarse decidido a una de sus paredes cóncavas y vomitar un líquido extraño con trozos informes de estómago. Notar en el aliento de la mayoría de mis congéneres a las siete de la mañana un rebufo de alcohol que les ayudará a afrontar un duro día que ha de transcurrir íntegro en el trabajo, según demuestra la segunda bolsa de corte Harrods que suele contener el almuerzo. El sueño de los explotados por un sueldo miserable que aprovechan los trayectos para devolverle a la vida el descanso del que carece. Los niños pequeños de éstos mismos yendo solos al colegio, porque sus padres sueñan en otros vagones que ése es el mundo mejor que se les había prometido en sus países. Vivir sin red, sin garantías de futuro, al día, compitiendo para demostrar que has sobrevivido a la ciudad y que eso te hace un héroe entre la multitud.

Pienso en el mal que hizo el siglo XIX y Baudelaire y todos aquellos poetas que aprovecharon su condición de mártires de la gran urbe cada vez más inaprehensible como motivo de inspiración y como base de una nueva estética. Seguimos en una era postromántica, para nada moderna ni mucho menos postmoderna. Aquí todo se mueve por esa premisa. La literatura, la música, el arte están llenos de politoxicómanos, con domicilio en bares castizos, regodeándose en el desengaño de vivir a caballo entre el amor y el odio hacia ese Madrid que l@ destruye.

Pero Madrid no tiene la culpa, la tenemos las personas que seguimos optando por lo fácil, por la deriva, porque al final todos nos acostumbramos a sus mínimos y aprendemos a amarla. ¿Para qué cambiar toda esta miseria humana si estamos tan a gusto siendo víctimas de nosotros mismos y de los monstruos que hemos creado?